sábado, 6 de octubre de 2007

La guerra de los paraguas // Celeste Ambrosi


El tren Roca estaba hasta las bolas de gente y hacía un calor de la puta madre, a pesar que llovía. La mayoría tenía la cara del diario La Razón y el que no, miraba lo que se le antojaba: algún culo o teta —en el caso de los hombres o mina también, porque a veces hay cada lesbi—, alguna una novela best seller, la cara de algún boludo boludeando, o bueno, lo que venga. Y entre tanto, se apareció como si se tratara de un sueño, mi payayo con sus muñecos y piedritas anti estrés. Y yo ya no supe si estaba soñando con mi amado o él conmigo.
Cómo me gusta el guacho ese, es un viejo choto. No es que sea viejo, pero está tan hecho mierda... A mi me gusta su melena enrulada, su gracia barata como los perros que vende a un peso. Cómo me calienta cuando pasa por al lado y empieza con su discurso humorístico y me roza con el sudor, que me salpica como el agua bendita. Y su inglés explícitamente estrafalario, uh, cómo me divierte ese chabón. Se caga en todo y en todos. Y yo también, cuando lo veo aparecer entre las cabezas grasientas, después de la jornada laboral, me elevo por sobre la multitud para verlo a mi payayo. Pero el guacho nunca me da pelota, por más que le compre todos los días lo mismo al mismo precio.
Al final, me puse a vender yo lo que le compraba a él. No tengo gracia para hacerlo, pero por lo menos el viaje se agiliza. Y encima no garpo boleto porque me subo a bondis y trenes como vendedora ambulante.
Viste, algunos tienen el cartel que te lo prohíbe, pero mis gomas son rápidas, más que las del colectivo y la Fórmula 1. El otro día me subí al bondi y le mostré mis nenas al chofer. Y ploin, al toque ya revendía los perritos que mueven el culito, las piedritas anti estrés y unas muñequitas checkaslavaquia. Así las llama mi payayo, que según él, así lo dice otro amigo que vende agujas. Y todos reproducimos lo que otros reproducen.
Cómo le daría a mi payayo. Se aparece y soy agua, catarata. Y él nada. Ni un beso gracioso me regala. Pero es chistoso, me afana sonrisas a rolete, aún cuando tengo ganas de repartir piñas. Porque yo a veces me enojo con el mundo por pelotudeces y me dan ganas de romperle el culo a patadas a quien sea.
Es tan seductor... detrás de ese disfraz de taceta berreta, amarilla y roja, de esa nariz colorada y esos labios remarcados con una brocha gorda, hay un gran hombre, un león con bigotes sin estilo. Qué bueno está... y el día en que lo vi en la Plaza de Lomas... me quedé embobada, observándolo descansar sentado sobre unos de los canteros... Guacho ahí voy para darte, pensaba para mis adentros. Pero no, no podía. Las flores son lindas en el jardín y él era un copete entre los demás. Silvestre, agraciado, un cocoliche con gambas.
Y entonces esa vez, se apareció reluciente como todos los días.
Hoy no pasás guachito lindo. Hoy sí que me vas a dar pelota, quieras o no. Saqué mi paragua y lo reté a un duelo ni bien estuvo a mi lado.
—Si sos macho, tirá todo a la mierda —le dije, mientras desenvainaba mi paragua.
—Andá a cagar loca —me respondió.
—Dale, no seas cagón, larga los perros de mierda y peleá si tenés guevos.
—Quién te conoce, aparte, para qué quiero pelear con una mina como vos, una puta barata, más fácil que no se qué. Hasta mis “perros de mierda” tardan en venderse más que tu bombacha. Primero aprendé a lavarla.
—Encima te la creés, bien que morís por ser dueño de estas gomas.
—Andá, más que gomas, son la cámara de mi bici pinchada. Andá a laburar. No estoy para pendejadas.
Y ahí se me cayó el mundo. Yo, tan yegua, tan adelantada para todo. Y él, viejo choto, me rechazaba y ofendía. Entonces agarré y dije má sí, esto no va a quedar así.
—Ayyyy... que hacés pendeja de mierda —me dice, sacándose el paragua del orto.
—O peleás o peleás —le digo.
—Está bien, querés piñas, vas a tener piñas.
Y chan. Nos dimos con los paraguas. Yo le revoleé el mío y él lo esquivó. Un sapucay se escuchó de fondo. Mi payayo me tiró con sus muñecos y me dio en la cabeza. Y paragua acá, paragua allá, el tren quedó en silencio. Ya no tenía más paraguas con qué darle, hasta que suena un celular y un tipo atiende.
—Bae —dice a los gritos.
Y con mi payayo nos miramos y al toque rajamos para donde el paragua. El se adelantó y yo me le encimé y le puse la traba, logrando que cayera al suelo. Pero cuando yo empezaba a correr, él me agarró del tobillo y me caí a la mierda. Y en eso el paragua seguía hablando para todo el mundo, como si estuviera en el campo.
—Che nontendei, a la puta, moó ojo Néstor Aguilera... —seguía el tipo.
Y nos levantamos los dos a la vez y a los santos pedos. Y cuando ya estábamos por agarrarlo, trastabillamos y nos volvimos a caer a la mierda.
—Paraguayo de mierda —le grito imitando su tonada—, andá a comer mandioca, chorro puto. Dejá de afanarno el laburo a nosotro.
—¿Qué e lo que te pasa a vo? —me responde, acercándose como un gallito—. ¿A quién le dijite “paraguayo de mierda”?
—Aprendé a hablar primero. Pasa que no me gustan los paragua y por eso los revoleo a la puta madre, o sea a tu tierra miserable.
—¡A la pucha! Yu Ñandeyara Jesucristo y enseñale a esta cuñá jhecó vaí tu amor como le enseñaste a la Magdalena.
—Eh payayo, vamo a romperle bien el culo. Es el último y la victoria será nuestra.
—Pará resentida. Acá somos todos iguales —me dice el puto.
—Uh loco, qué vendido. ¿Así defendés la patria? Yo pensé que tenías los guevos de un ñandú y no los de un gorrión. Andá a cagar.
Y ahí nomás se reincorporan todos los paragua del suelo. Sacaron sus mandiocas y las sacudieron en el aire al grito de “chipá chipá, aña menby”. Y el malón se me vino encima. Ni mis gomas sirvieron para protegerme. Volví a mi casa con mandiocas hasta en el orto. Todos se cagaban de risa cuando me veían pasar con el culo roto. Algún día les va a tocar, pensaba.
Y mi payayo se fue con sus perros moviendo el culo y sus muñecas checkaslavaquia. Qué hermoso era, qué gran hombre. Después de todo, era poca cosa para mí. Los guevos de un gorrión no son nada para una mina como yo. Un mísero peso salían las pelotudeces que vendía, solamente un peso de mierda; lo que vale un billete de La Solidaria.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué lindo cuento! Veo el nacimiento de una corriente interesante el de un género vinculado con la más profunda de la realidad del gran Buenos Aires y la Zona trabajabadora de la Capital.
Te felicito Celeste!

Marilin Barreto

M. Berho dijo...

HOla Celeste,
me gustó mucho el cuento. Me parece que tu habilidad para el cuento puede volcarse positivamente en la etnografía. Este cuento, y otros que tuve oportunidad de conocer, son de un realismo etnográfico muy refrescante y estimulador. Te felicito.
Me parece, eso sí, que la foto no acompaña muy bien.

Marcelo

Anónimo dijo...

BVuen cuento contemporaneo, de costumbre de la época actual y de una zona marginal.
Felcitaciones

Alicia Basteiro

Lucila dijo...

El cuento es excelente!!! Es toda una tesis antropológica y una historia de desamor! Felicitaciones.
Lucila