viernes, 22 de febrero de 2008

El culo de una arquitecta // por Pedro Mairal

No suelo concordar con el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo. Noto un gusto general por el culito escuálido de las modelos flacas. A mí me gustan grandes, hospitalarios, macizos. Me gusta el culo balcón, que sobresale y se auto sustenta como un milagro de ingeniería. El culo bien latino, rappero, reggaetón, de doble pompaviva y prodigiosa. Me salen versos cuando hablo de culos. Quizá porque en los culos hay algo más antiguo y atávico que en las tetas, que en realidad son una intelectualización. Las tetas son renacentistas, pero el culo es primitivo, neanderthaliano. Con su poder de atracción inequívoca, su convergencia invitadora, es un hit prehistórico. Despierta nuestro costado más bestial: el del acoplamiento en cuatro patas. Las tetas son un invento más reciente, son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico, musical, cadencioso, indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la batida de la bossa que retrata a la garota que se aleja en Ipanema. Porque el culo siempre se aleja, siempre se va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en dirección contraria de las tetas que siempre vienen y por eso suelen ser alarmantes, amenazadoras, casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la novia de Mazinger Z, que se disparaban como dos misiles). Las tetas confrontan, el culo huye, es elegía de sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja tristes a los hombres pensando qué cosa más linda, más llena de gracia aquella morena que viene y que pasa con dulce balanceo camino del mar. Las mujeres argentinas tienen orto, las colombianas jopo, las brasileras bunda, las mexicanas bote, las peruanas tarro, las cubanas nevera o fambeco, las chilenas tienen poto. O mejor dicho, las chilenas no tienen poto, según mis amigos transandinos que se quejan de esa falta y quedan asombrados cuando viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me encadeno a la muralla del Baluarte de San Francisco en el último Hay Festival de Cartagena de Indias para no tener que volver y poder seguir admirando el desfile incesante de cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros merecían no este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario como el Canto General. De las cosas que hacen las mujeres por su culo, la que más ternura me da es cuando lo acercan a la estufa para calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente a una chimenea o un radiador y acercan el culo, lo empollan un rato. El culo es la parte más fría de una mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, el frescor del cachete en el primer encuentro con la mano. Durante el abrazo, se puede llegar a los cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si la mujer tiene puesto un pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la tela impide la maniobra y la palmada vital. La otra forma es desde abajo y eso es lo mejor, cuando se alcanza el culo levantando de a poco el vestido, por los muslos, y de pronto se llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manos llenas. En ese instante se siente que las manos no fueron hechas para ninguna otra cosa más que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos del cuerpo la blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre. Se suele pensar que, en el sexo, la posición de perrito somete a la mujer. Pero hay que decir que abordar por detrás a una mujer de ancas poderosas puede ser todo lo contrario: es como acoplarse a una locomotora, como engancharse en la fuerza de la vida, hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado a su energía, hay que trabajar, darle mucha bomba, carbón para la máquina. Es uno el que queda sometido a su gran expectativa, absorto, subyugado, vaciándose para siempre en la doble esfera viva de esa mantis religiosa. Una vez vi un hombre de unos 45 años dando vueltas al parque, corriendo tras su personal trainer. Lo curioso es que era una personal trainer, y las calzas azules de esta profesora de gimnasia evidenciaban que tenía un doctorado en glúteos. Como el burro tras la zanahoria, el hombre corría tras ella sin pensar en nada más que ese seguimiento personal. No me sorprendería que a la media hora hubiera un grupo de corredores trotando detrás, en caravana. La música de los culos es la del flautista de Hamelin. Los hombres, con su legión de ratones, van tras ella, hipnotizados. Las mujeres saben aprovechar sus recursos. Yo trabajé en una empresa en el mismo piso que una arquitecta narigona (esas narigonas sexys) y con un “tremendo fambeco”. Ella sabía que era su mejor ángulo y lo hacía valer, con unos pantalones ajustados que dejaban todo temblando. Era una de esas oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el almanaque cuadriculado, la tabla rectangular del escritorio, la ventana, los estantes, las carpetas de archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el culo de la arquitecta que a veces pasaba camino a tesorería o a la fotocopiadora. Su culo era lo único redondo en todo este edificio de oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un novio), pero en una época yo pensaba escribir una novela con los acoplamientos heroicos que imaginé con ella. Una novela que iba a titular, con un guiño a Greenaway, “El culo de una arquitecta”. No escribí ni dos líneas de esa novela, pero sí algunos poemas que ella nunca leyó. Me acuerdo que la veía antes de verla, la intuía en un ritmo particular que tenía el sonido de sus pasos, un peso, un roce de la cara interna de sus muslos de falsa mulata. Cuando aparecía en el rabillo de mi ojo, ya sabía plenamente que se trataba de ella. Y pasaba y todo se detenía un instante, el memo, el mail, la voz en el teléfono, todo se curvaba de pronto, no había más rectas, todo se ovalaba, se abombaba, y el corazón del oficinista medio quedaba bailando. No exagero. Además era plena crisis del 2002. Todo se derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la moneda, la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la moral, el ingreso per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta que parecía subir y subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más esférico, más encabritado en su oscilación por los corredores, pasando en un meneo vanidoso que parecía ir diciendo no, mirame pero no, seguime pero no, dedicame poemas pero no. Ojalá ella llegue a leer esto algún día y se entere del bien que me hizo durante esos dos años con solo ser parte de mi día laborable pasando con tanta gracia frente al mono de mi hormona. Y ojalá se entere también que, cuando me echaron ,lo único que lamenté fue dejar de verla desfilar por los pasillos respingando el durazno gigante de su culo soñado.

sábado, 16 de febrero de 2008

Adicción

Me paso cada día de mi vida drogado. Cuando no tengo la droga que deseo, que anhelo, el mono se apodera de todo mi ser y no para hasta obtener una nueva dosis. Tú eres la droga que tanto anhelo. Cada día que paso sin verte, sin enredarme en tus dorados cabellos, sin enraizarme en tus ojos azul celeste, sin probar el dulce veneno de tus labios, sin disfrutar el fresco aroma de tu piel, son un tormento para mí.La suave textura de tu piel, tus frescos, tiernos, carnosos labios, veneno inmisericorde, luna de mis sueños. Tus oídos, laberinto que pierde a mi lengua mientras, entre jadeos, te susurro palabras de pasión. Tu cuello de forma perfecta, círculo interminable que exalta mi apetito de lujuria. Tus hombros desnudos, eróticos paraísos de sensibilidad. De ahí voz bajando, lentamente, reconociendo cada punto de tu piel.Adoro tus pechos, los recorro con suavidad, juego con ellos mientras se endurecen, se erizan, me detengo cerca de su luna, la rodeo lentamente, con mi lengua, mientras que con la mano aprieto tus pechos, tiernos, suaves. Utilizo mi lengua para recorrer sus lunas llenas, hermosas, con sus prominencias que no paran de crecer. Las toco con mis labios, acojo el pezón en mi boca y lo dejo escapar. Sigo masajeando tus pechos, en círculos, los aprieto, un poquito más. Mis uñas se clavan como punzones en tus senos. Nuestras piernas se entrelazan, aprisionas mi muslo que se cuela entre tus piernas y se mueve rítmicamente mientras mi lengua juega con tus pezones. Los atenazo entre mis dientes y jugueteo con mi lengua.Es un juego lento, rítmico. Los suelto y subciono con mi boca mentras mis manos mantienen tu pecho, los masajea y aprisiona fuertemente. Ambos cuerpos bailan cadenciosamente.Libero tus pechos. Recorro su aureola con mi lengua, mordisqueo suavemente tus pezones y los subciono. Los dejo descansar.Exploro tu cuerpo, su húmedo aroma, con mi lengua. Mis uñas recorren lentamente sus lados, juguetean con tus pezones, aprisionan tus pechos, los envuelven.Mi lengua recorre tu pozo de vida, cercado de erizadas texturas de carne rosada, jugosos elixires emanan encabritando mis sentidos más racionales hasta haceme perder la cordura.Un deseo incontenible excita mis sentidos. Mi lengua inexorablemente recorre lentamente, saboreando, reconociendo, los pequeños montes, la colina más hermosa, revelando su tierno interior, deseándolo y disfrutándolo suavemente, lentamente, descubriendo un magma de pasiones que se encadenan rítmicamente, escalonadamente. Los dientes, suaves tenazas de terciopelo, atrapan ese creciente magma incandesccente, abrasador. Lo atenazan suavemente y lo dejan escapar en plena convulsión. Mientras, la lengua explora los montes circundantes, prominencias sensoriales, carnosas voluptuosidades, que encierran un hermoso y dulce valle salado, por cuyos vericuetos mi lengua avanza sin descanso, explorando cada uno de los pantanosos senderos que lo recorren. Y de a poco penetra en una oscura cavidad, volcán de vida pasional, enjambre de voluptuosa belleza y sensibilidad.Penetra suavemente, tanteando sus paredes interiores, profundizando y saliendo nuevamente al hermoso valle para deleitarse en el incandescente magma, atenazarlo y saborearlo para bajar de la colina al valle y desde el valle sumergirse en el volcán en eurupcin, sucumbiendo a su sabor, exaltándose. Y mientras mis manos recorren tus pechos, mis dedos juegan con tus pezones, mis u~as se clavan inmisericordes en tus pechos.La lengua entra y sale acelerada, disfrutando el jugoso valle, del rocìo impregnado, del aroma del todo.Sube a los montes para llegar a a colina y presionarla haciendo salir el magma rosado que abraza con suavidad y acaricia acelerando el ritmo, siguiendo de cerca su intensidad.Espasmódicos terremotos convulsionan el paisaje. Los montes tiemblan, el valle se inunda con la lava del volcán que exhausto abre su boca expulsando sus calores.La colina se agita, mi lengua excitada no para de acariciar el magma que retengo en mi boca y subciono, jugueteando obsesivamente, una y otra vez, con mi lengua.Lo expulso, mi lengua cae sobre el y lo aprieta, lo recorre insaciablemente, velozmente, sin parar.Todo tiemblea, las monta~as, el valle, el magma ardiente y el volcán a punto de explotar.Mi lengua no puede parar, continúa sus maníacos movimientos. El terremoto arrecia, se enfurece, la naturaleza pierde el control.Una locura desenfrenada se apodera de la totalidad y en un instante el volcán explota, expele su lava que inunda el valle y humedece los montes. El magma, roto, se cobija bajo el abrigo de la colina.Las últimas convulsiones agitan los montes y la calma va apoderándose lentamente del todo.Mis labios besan tiernamente los montes y su colina, tu pozo de vida, tus pechos, tus pezones, tu cuello...

domingo, 3 de febrero de 2008

Masturbate // de Irene Gruss

Mastúrbate
úntate
cada pezón con miel
y baja el mentón,
la lengua
saben dulces,
toca circularmente cada punta morada,
agrietada o lisa
y luego acaricia el vientre,
el ombligo,
haz cine o literatura con la mente
pero no olvides los pezones,
la miel, el dedo circular
hazlo frente al televisor
mientras te ríes y te humillas:
mastúrbate,
abandona,
cuida el clítoris como a la piel de un niño,
escucha el viento que suena detrás de la ventana cerrada,
guarda tu jugo a escondidas del mundo
y mastúrbate,
que tus piernas comiencen a abrirse
y a cerrarse
que tu murmullo sea un gemido ronco,
grito agudo en el aire,
en el hueco que pide penetración,
contacto,
habla despacio
hazlo en silencio
pero gime
aúlla murmura
aunque sea el goce
el rozarse de tu pelo en la almohada
en la alfombra en la nuca,
mastúrbate,
hasta que las rodillas tiemblen
hasta que caigan lágrimas
y suene esta vez no un viento sino un timbre
y otro, regular la campanilla,
recién entonces
dilátate como en el parto
lubrica tu vagina,
0 el tubo que sigue llamando, levántalo,
bájalo introdúcelo y escucha ahora su voz,
lejana, ajena,
y cierra tus ojos,
su boca tan adentro.

Masturbate // de Irene Gruss