Las aspas del ventilador movían un aire pesado en esa hora en que la tarde estalla en colores vivos previos al crepúsculo. Y esa luz caía sobre su cuerpo adormecido formando destellos en la superficie húmeda.
Se movió. Abrió los ojos y un calor líquido le abrasó la piel. Un ruido llamó su atención y se incorporó; el movimiento hizo que la bata se deslizara dejando al descubierto un hombro y sin saber por qué, se lamió la piel, un estremecimiento la recorrió y, decidida, se dirigió al cajón donde lo guardaba.
Lo sacó de entre sus pliegues de papel de seda y de inmediato se aromó en su fragancia penetrante. Una vez más se quedó maravillada contemplando la intrincada belleza de la filigrana de sándalo.
Se paró frente al espejo y jugó con el abanico semiabierto sobre los labios, bésame.
Lo abrió y escondió sus ojos detrás, te amo.
No, eso no es cierto, sólo te deseo, pensó.
Miró su reflejo, la vestidura a medias abierta dejaba ver el hombro, un pezón oscuro y erguido, la suave curva de su cadera, los rizos negros de su sexo. De un golpe cerró el abanico y con la punta tiró de la bata que cayó silenciosa a sus pies. Inclinó la cabeza al tiempo que lo abría y lentamente recorrió su cuerpo dejando trazos fragantes y el deseo a flor de piel.
Y cerró los ojos y te convocó con su pensamiento y acudiste a darle cálida sustancia a los haces de madera, y el abanico fue tu lengua bailando en su sexo y tus manos salvajes dejando tu marca.
Y en esa pequeña muerte que es la arrasadora culminación de la pasión ella sintió que ya es hora de verte.
Se movió. Abrió los ojos y un calor líquido le abrasó la piel. Un ruido llamó su atención y se incorporó; el movimiento hizo que la bata se deslizara dejando al descubierto un hombro y sin saber por qué, se lamió la piel, un estremecimiento la recorrió y, decidida, se dirigió al cajón donde lo guardaba.
Lo sacó de entre sus pliegues de papel de seda y de inmediato se aromó en su fragancia penetrante. Una vez más se quedó maravillada contemplando la intrincada belleza de la filigrana de sándalo.
Se paró frente al espejo y jugó con el abanico semiabierto sobre los labios, bésame.
Lo abrió y escondió sus ojos detrás, te amo.
No, eso no es cierto, sólo te deseo, pensó.
Miró su reflejo, la vestidura a medias abierta dejaba ver el hombro, un pezón oscuro y erguido, la suave curva de su cadera, los rizos negros de su sexo. De un golpe cerró el abanico y con la punta tiró de la bata que cayó silenciosa a sus pies. Inclinó la cabeza al tiempo que lo abría y lentamente recorrió su cuerpo dejando trazos fragantes y el deseo a flor de piel.
Y cerró los ojos y te convocó con su pensamiento y acudiste a darle cálida sustancia a los haces de madera, y el abanico fue tu lengua bailando en su sexo y tus manos salvajes dejando tu marca.
Y en esa pequeña muerte que es la arrasadora culminación de la pasión ella sintió que ya es hora de verte.
1 comentario:
lo subiste!!!
Che hay que decirle a los participantes del taller que muevan un poco este blog, no?
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