martes, 2 de octubre de 2007

La esquina

Samantha se acomodó con disimulo el corpiño de encaje luego de apostarse en su esquina favorita. Los senos siliconados asomaban punzantes a punto de explotar. La breve pollera dejaba entrever unos muslos bien torneados y blancuzcos que se elevaban por encima de unas botas altísimas. Unos labios furiosamente pintados de granate y un exceso de purpurina acentuaba lo grotesco del cuadro. Esa noche, la calle del laberíntico barrio apenas si estaba iluminada. Un cuarto de hora más tarde no tardarían en llegar otras chicas de la noche. Los bocinazos rompían los oídos de los pocos transeúntes que acertaban a pasar por allí. Desde hacía varios meses la cuadra se había convertido en una suerte de palestra donde convergían personajes de dudosas procedencias. Muchas veces había peleas. Las prostitutas odiaban a los travestis porque estos se alzaban con una mayor cantidad de clientes. Se armaban así violentas escaramuzas de las que, invariablemente, salían perdiendo las profesionales de sexo femenino, al no poder con las fuerzas físicas de sus rivales. Samantha tenía como acérrima enemiga a la Turca.
Un sueño recurrente opacaba desde hacía varios días las siestas de Samantha, haciéndola despertar en forma brusca. Cada vez que lo recordaba un feo presentimiento se apoderaba de ella. Unos hombres con capucha la violaban reiteradamente en un baldío lleno de tierra, hasta que de improviso se alzaba un hacha por encima de su cabeza. Verdad es que en el momento culminante, Samantha reaccionaba cubierta de sudor. Se encontraba rememorando la pesadilla cuando una voz la volvió a la realidad.
—¿Subís? ¿Cuánto cobrás? —le preguntó desde el auto un hombre con una cicatriz que le surcaba el lado izquierdo de la cara.
—Cuarenta pesos el servicio completo.
—Hecho, subí.
A unos diez metros se encontraba la Turca con otras compañeras contemplando la escena.
—¡Mirá que suerte tiene el trava de mierda ese! Ya se levantó uno.
—No sé qué tienen los tipos en la cabeza. Los eligen a ellos y a nosotras que somos mujeres con todas las letras nos dejan pagando.
—Dicen que cobran más barato, tiran mejor la goma. Vamos a tener que mejorar el servicio o nos vamos al tacho. O nos ponemos en bola como ellos o...
—A cada santo le llega su San Martín. Siempre hay un loco que reacciona mal cuando se encuentra con la sorpresita —alegó la Turca.
Tres días más tarde la policía encontró el cuerpo semi decapitado de Héctor Gómez (a) Samantha en un zanjón. El crimen aún hoy en día sigue impune y la esquina que por derecho propio le había pertenecido al infortunado travesti pasó a tener desde entonces como dueña absoluta a la Turca.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué buen cuento! Kuyen Loncomán es autor o autora? De cualquier manera, magnífico.

Otilia Lazar

Anónimo dijo...

Bueno el cuento. Eso sí que me pareció muy abrupto el final. Como que falta otra escena, no sé, algo que haga el tránsito menos lineal-
Salud Küyen

Marcelo

Anónimo dijo...

Qué bien escribes Kuyen. Quisiera conocer más de tu producción cuentística. Tienes libros publicado?

Liliam Otto