El domingo agoniza, y el miedo comienza a chorrearle por el cuerpo, despacio, despacito, así tan lento como se va escurriendo el sol, detrás de los lejanos edificios.
Qué extraña conexión se establece entre ese atardecer igual a otros, y el desenfreno de su pena que la invade inexorable, mientras el demiurgo cruel y despiadado, entreteje una trama siniestra de locura, miedo y oscuridad.
Las manos se le elevan como palomas asustadas y se cubre los ojos, mientras un desenfreno de ideas invade sus espacios.
El ojo azul que se mece de su cuello, talismán ajeno, no puede apartarla del destino del que busca escapar.
Mira la profundidad engañosa, que se ondula como olas, como el andar voluptuoso de una serpiente, como la arena deslizándose sutil, médano abajo, y abre sus brazos en un vuelo único, irrepetible, reparador.
El aire, cuidadoso amante, la envuelve en un manto sedoso, y la acuna y la acompaña, en el breve, brevísimo vuelo nupcial.
A lo lejos, una sirena deja escapar su angustioso alarido.
El ojo azul, asombrado, mira el cielo teñirse de fuego con las últimas llamaradas del sol, y a la gente arremolinarse curiosa, junto a la sombra desarticulada, que se recuesta blandamente sobre el enlutado pavimento.
Qué extraña conexión se establece entre ese atardecer igual a otros, y el desenfreno de su pena que la invade inexorable, mientras el demiurgo cruel y despiadado, entreteje una trama siniestra de locura, miedo y oscuridad.
Las manos se le elevan como palomas asustadas y se cubre los ojos, mientras un desenfreno de ideas invade sus espacios.
El ojo azul que se mece de su cuello, talismán ajeno, no puede apartarla del destino del que busca escapar.
Mira la profundidad engañosa, que se ondula como olas, como el andar voluptuoso de una serpiente, como la arena deslizándose sutil, médano abajo, y abre sus brazos en un vuelo único, irrepetible, reparador.
El aire, cuidadoso amante, la envuelve en un manto sedoso, y la acuna y la acompaña, en el breve, brevísimo vuelo nupcial.
A lo lejos, una sirena deja escapar su angustioso alarido.
El ojo azul, asombrado, mira el cielo teñirse de fuego con las últimas llamaradas del sol, y a la gente arremolinarse curiosa, junto a la sombra desarticulada, que se recuesta blandamente sobre el enlutado pavimento.
1 comentario:
Un cuento con muy lindas imágenes, mucha carga psicológica y buenas sugerencias para que el lector vaya completando la historia.
Silvia María
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