domingo, 2 de septiembre de 2007

La sorpresa.

De pronto un fuerte golpe me hizo reaccionar. La dura mano del invierno me golpeaba con su aliento. Había atardecido y el crepúsculo era un manto gris con destellos fosforescente; la calle, una larga tristeza con rostros de rebaños.
Yo pisaba firme, con inusitada fuerza, aunque el cansancio me pesaba. Algo más helado aún, como un áspid mordiéndome el cuello, me detuvo en seco. Y una voz imperativa estalló en mi oído:
—No hagás ningún ademán y caminá tranquilamente. ¡Ah!, y de vez en cuando sonreíme.
Me tomó escondiendo el arma; lo intuí en su ademán, aunque no me atreví a mirarlo. La sorpresa me omnubilaba; entonces, obedecí.
—¿No reconocés mi voz?
—No —le contesté lacónicamente.
—¡Sabés cuánto hace que espero este momento? Te veo pasar todas las tardes y vos ni me mirás. Pero me volvés loco, ¿sabés? Invento las palabras más lindas para decirte, pero nada.
Perpleja y aterrada pregunté:
¿Qué querés?, plata no tengo.
—No me importa tu dinero, ¡preciosa! Me importás vos.
De repente, dirigiéndose a un edificio antiguo, corroído por el tiempo, me dijo:
—Dale; ¡entrá!
Luego no recuerdo qué pasó exactamente, pero si veo su viscoza mirada, su mano tapándome la boca y su baba de caracol repugnante por mi cuerpo menudo en total desnudez. Su rostro aparecía confuso, cuando creía reconocerlo se volvía una total nebulosa. Pensaba: ¿cómo podría realizar su identikit?
Logré relajarme y azorada comencé a sentir una gran exitación. Sus manos eran un molinete dislocado recorriéndome, deteniéndose en mi sexo a cada instante. Mordía mis pechos de manzana pequeña y su lengua me bebía sin piedad. Con horror de mí misma lo disfrutaba sin poder evitarlo.
No logró penetrarme. En ese tornado de impulsos se derramó rápidamente por mis piernas con un jadeo entrecortado y quemante. Luego cayó pesadamente sobre mi cuerpo.
Un esperma anaranjado chorreaba desde mis muslos y en una gran mancha se esparcía sobre las sábanas, cada vez más y más.
Grité. Y un vómito desconsolado subió a mi garganta. Sobresaltada vi la claridad del amanecer inundando el cuarto. Como pude, miré el reloj. Eran las ocho. Mi corazón palpitaba aturdido.

4 comentarios:

La otra parte de mí dijo...

guauuuu Mirta,no conocía este cuento tuyo!!buenísimo,quiero más!!!te felicito.besotes.

Anónimo dijo...

Muy lindo tu cuento Mirta. Espero conocer más de tu producción.
Solange

Anónimo dijo...

Muy bueno el cuento que nos da a conocer. Como dijo Laotraparte de mí, queremos más.

Raúl Fertich

Anónimo dijo...

concuerdo con los comentaristas: podrías subir otro.

Marcelo