lunes, 13 de abril de 2009

Presencia (Por Pablo Recalde Burón)

Yo sabia que estaba ahí, lo sentía, lo presentía, a veces hasta lo escuchaba. Pero como toda cosa que no es de Dios, jamás podía verlo. Qué más daba, extraña pretensión la mía, como si no bastara con que se me pusiera la piel de gallina de sólo saber que estaba ahí, de saberme observado, invadido.
Me resultaba imposible no trasnocharme, como suele ser habitual en la edad del mal de amores y pesares casi absurdos; que vistos a la distancia, perecen intrascendentes, pero que en ese entonces no dejaban vivir.
Me acostumbré a él, nos acostumbramos, los dos, a la presencia del otro. Quien podría decir quién era el invasor en ese pequeño living de departamento, con olor a cigarrillo y lleno de envoltorios de hamburguesas.
Podría creerse que tantas noches en vela me estaban haciendo mal, tanto como para sentir y escuchar cosas que no estaban ahí. Al punto era lo mismo, yo lo sentía, lo sabía en el cuarto conmigo.
Aquella noche, como para no ir contra la rutina, cambiaba de canal casi sin ver la programación, de forma casi instintiva, cambiaba canales. Lo escuche en la puerta de la cocina, apoyando lo que suponía era su mano, o alguna extremidad o vaya a saber uno qué. Estaba ahí.
Era mas incomodo que atemorizante en ese entonces en el que ya le podría haber puesto un nombre. Se había convertido en un confidente mudo, el sueño de cualquiera al que le resultara imposible no vomitar sus secretos al primero que le demostrara algo de confianza, o a quien también le vomitara los suyos.
—Vení, hacéte amigo —le dije, como insinuando que su presencia ya me resultaba intrascendente; cuando en realidad era su silencio lo que me incomodaba, o el saberlo siempre ahí, a espaldas mías, sin hacer otra cosa mas que ruiditos para delatarse.
Mientras decía esto, cambiaba de canal el televisor. Cuando detuve el zapping, en un canal de cine europeo, de esos que tiene el cable y que solo miran los jubilados nostálgicos o algún que otro personaje que solo recuerda el nombre de la película y el director, para poder lucirse en charlas con amigos de su padre.
Dos niños copaban el plano en blanco y negro. Uno le devolvía una pelota improvisada con trapos al otro, mientras le preguntaba en italiano:
—¿Somos amigos?
En un milisegundo, mi cabeza procesó todo de un plumazo, y no me pregunten ni cómo, ni por qué. Una corriente fría me recorrió la columna, de solo imaginar lo que imaginaba.
—Si —dije, y espere…
Volví a cambiar el canal, como para confirmar tan aterrorizante sospecha.
—¿Sólo me considerás eso, un amigo?
Le decía un lloroso joven a una muchacha que lo desdeñaba en una seria norteamericana. Mi cabeza quería seguir creyendo que solo se trataba de mi imaginación, del desvelo, o de una embarazosa y nada agradable coincidencia.
—Decíme vos, qué te puedo considerar entonces -dije tratando de disimular el tartamudeo. Y volví a cambiar de canal.
—Soy una mujer, la mujer que siempre has esperado, con la que sueñas, esa soy yo —gritaba una actriz en una trillada telenovela venezolana.
Esto es demasiado, pensé, mejor me voy a dormir, esto de trasnocharme empieza a afectarme. Nuevamente cambie de canal casi sin darme cuenta, al tiempo que me levantaba del sillón.
—No te des vuelta —le decía un matón al protagonista de un western.
Flexioné mis brazos muy despacio, hasta reposar mi cuerpo nuevamente en el sillón.
A esa altura, la situación empezaba a asustarme de manera considerable. Qué más podía hacer sino continuar con tan extraña conversación, o lo que yo suponía lo era.
—¿Así que sos una mujer? —pregunté, y cambié nuevamente de canal.
—Sí, como lo oyes —me respondió el televisor.
Tanteé la silla que estaba a un costado, y mi mano temblando buscó los cigarrillos. Encendí uno que se desvaneció de dos pitadas.

Pablo Recalde Burón. Cuentista y poeta. Hijo del Doctor Pablo Recalde Vera, odontólogo de la comunicad Wichis de El Potrillo (Prov. de Formosa). Estudia en la la universidad de Corrientes.

No hay comentarios: