miércoles, 8 de abril de 2009

Testigo en clave (por Celeste Ambrosi)

“El perro sabe más que mover la cola y sacar la lengua”, fue lo último que dijo antes de morir. No fue una muerte natural, fue algo raro, porque si bien su respiración se apagó lentamente, no lo hizo su corazón, porque pese a que no tenía pulsos vitales, sí tenía palpitaciones, vos le veías el corazón que le saltaba por el seno izquierdo. De todos modos, ya estaba muerta, y no era nada de muerte cerebral o eso de andar muriéndose por cuotas. Algo así como las gallinas, como cuando les cortás el cogote y siguen turulequeando un tiempo. Así y todo, tampoco era como las gallinas. Estaba muerta, sin vida, pero el bombeador seguía trabajando y parecía querer hablar después del asunto del perro, porque con cada golpe formaba una letra que con otras letras, conformaban una palabra, pero no le entendí demasiado, la pobre tenía mala letra desde el jardín y su corazón reproducía la misma mierda de dactilografía.
Yo la encontré recostada sobre la almohada, en realidad, abrazada a la almohada, como si fuera el amante. Hasta que cuando me vio se dejó caer al suelo, rodó unos metros, se topó con el placard y se le cayeron encima un par de corbatas. Qué raro, pensé, la Estela nunca usaba corbatas, que era media rara, lo era en serio, pero no tanto como para usar o coleccionar corbatas. La cuestión, es que con las corbatas cayó una boleta con el detalle de la compra, no figuraban los datos del comprador, sólo un par de iniciales. Así son los tiempos actuales, no importan los datos sino la plata. El resto se rellena con letras y a otra cosa mariposa.
Entonces, la pobre parecía una roca maciza, apenas la toqué para darle una mano, la tiré un poco más lejos, daba asco ese fiambril. Sin embargo, la Estela era la Estela. Tomé coraje y con el pie la di vuelta boca arriba. Me miró fijo a los ojos, dijo lo del perro, le salía una baranda putrefacta. Me acerqué a ver qué cuernos había comido y bue, mejor no seguir dando detalles de esa escena espantosa.
Fui a la cocina, observé las cacerolas, el tacho de basura. Al parecer había hecho puchero, un pedazo de osobuco flotaba en una olla. Y sin ninguna duda, se encontraría con alguien en la pensión, porque en la mesita del comedor estaba todo listo, con vela de cebo barata incluida. Estaba encendida, ya casi por consumirse completamente, así que la pobre estaría desde temprano cavando su propia tumba. Para colmo, la Estela no tenía teléfono, ni celular, ni tampoco agenda, donde por lo menos dejara asentados sus movimientos. Y era obvio que tenía cita con alguien conocido, no había ningún elemento violentado.
En la pileta, estaban los dos juegos de platos y cubiertos, por lo visto llegaron a comer los dos. El postre quedó en la heladera, era gelatina con trocitos de manzana verde, probé un poco, no iba a quedarme con la duda. También, alguno de los dos llegó a ir al baño, eso me di cuenta porque no andaba la cadena, y la tapa, como el apoya culo, estaban levantados. Eso me dio a pensar que el que fue al baño no fue Estela, aunque enseguida se me vino a la mente el temita de la Estela, ese que todos sabemos. Tiré la cadena y para sorpresa, ya había agua, motivo que me hizo seguir buscando pistas.
La Estela, al momento en que abrazaba la almohada, lucía un vestidito negro al cuerpo que marcaba demasiado sus atributos naturales. Al parecer, se probó uno rojo y otro azul que dejó tirados debajo de la cama, aunque tal vez haya usado los tres, sacándose primero uno, después otro, hasta quedarse con el negro. Me pareció que era el mío, uno que me había desaparecido un par de meses atrás. Dudé, creí que el mío era más angosto de cintura, porque la Estela tenía cintura de pollo. De todos modos, podría no ser por la sencilla razón de que la Estela no era de agarrar cosas sin pedir permiso.
Miré con detenimiento las corbatas, eran todas de la gama del violeta, color que la Estela detestaba porque le recordaba el olor a muerte. Eran todas de calidad, tal vez traídas de Italia por las etiquetas. O la mejor de Francia. Plata no faltaba, tampoco joyas. Todo estaba ordenado y extremadamente limpio.
Cuando llegué a la mesita de luz, algo empezó a hacerme ruido en la cabeza. La Estela era fanática de la cocina de Blanca Cotta. Receta que salía, receta que ponía en práctica. Tomé el recorte de la revista Viva y oh casualidad. El puchero de la olla, era el que figuraba en la receta. Volví a la cocina y saqué todos los restos del basurero. Observé los ingredientes utilizados porque seguían en la mesada. No faltaba nada, ni siquiera la gelatina sin sabor, de ahí que el puchero fuera espeso. La Estela no mezquinaba en absoluto. Pero algo no andaba bien, ese mal aliento que tenía, justo ella, que era tan coqueta. Y cuando estaba por abrir la heladera, me percaté de que a la receta le faltaba el secreto, ese secretito de la abuela que da Blanca Cotta. Estaba cortado prolijamente, a lo mejor con una regla. Volví al dormitorio, miré cautelosamente y no encontré nada comprometedor que me llevara al secreto.
Quedé unos minutos en silencio, sentada sobre el borde de la cama, con Estela enfrente, tirada en el suelo. Miré con recaudo el piso, no había rastros de pisadas, estaba todo reluciente, como a la Estela le gustaba. Con cera y bien lustrado. Los patines estaban al lado de la cama, hasta en última hora la Estela había sido cuidadosa.
Mientras yo buscaba de un lado para otro alguna explicación, el perro movía la cola, sacaba la lengua, sin ningún sobresalto. Estela tenía razón, el perro sabía más que mover la cola y sacar la lengua. Como era de contextura pequeña —casi entraba en la palma de una mano—, lo tomé del lomo, le di una caricia en la cabeza y lo metí en mi cartera. Me di una vuelta por la habitación, la Estela seguía en el piso boca arriba, algo parecía salirle de la boca, no ya el corazón por los senos siliconados. Entonces agarré y se la cerré, como hacen en los velatorios. Pobre Estela, pensar que nadie vio ni sabe nada. Que en paz descanse y Dios la tenga en la gloria. Era tan buena…

Celeste Ambrosi. Es narradora y poeta. Estudia
antropología en la UBA.Vive en Buezaco(Prov. B.A.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusto mucho testigo en clave ,es algo nuevo muy interesante ,felicito a la autora ,le dejo mis saludos y siga escribiendo que se nota lo hace muy bien.ceci!!