sábado, 4 de abril de 2009

Comunidad de llaves (Por Susana Ragatke)

Fueron a dormir un largo sueño, todas juntas, dentro de una bolsa de Coto, de cuando eran resistentes; en un rincón del antiguo armario.
En uno de esos días de rememorar el pasado, Don Jerónimo abrió el mueble con intención de sacar a la luz algunos adornos. Natalia, su nieta, aficionada a las antigüedades, se lo venía reclamando.
Mientras retiraba, con todo cuidado, dos jarrones de porcelana decorados con damas antiguas, bordes dorados y una bombonera de cristal tallado, que estaban en el fondo del estante, sus movimientos tocaron la bolsa de Coto, y los sonidos metálicos revelaron su contenido, ya olvidado por el dueño de casa.
El movimiento, con pequeños choques y sutiles roces, despertó a las llaves. No a todas al unísono, estaban las de despertar pronto aunque sorprendido, las remolonas, las que siguieron en su profundo sueño, las que se sacudieron con enojo.
Rayitos de luz entraban por el nudo imperfecto de la bolsa y dos pequeños agujeritos logrados seguramente por alguna llave puntiaguda y rebelde, al ser envasadas. Esta luminosidad les permitió comenzar a reconocer el espacio y a mirarse entre ellas.
Llave 1 (trabex de bronce)
—Hola ¿me escuchás? ¿Hace mucho que estamos durmiendo?
Llave 2 (su compañera de llavero, la yale)
—Me parece que más que dormidas estamos hibernadas. Siento muchísimo frío.
Llave 3 (pequeña llavecita plana de metal blanco).
—Hace mucho, mucho —dijo agitándose, reclamando que la escuchen: —El último trabajo, abriendo y cerrando el maletín varias veces por día, fue en un viaje en el que Jerónimo y Ana festejaron cuarenta años de casados. Volvieron a San Clemente, donde iban de vacaciones cuando los hijos eran pequeños. Ellos siempre tan nostalgiosos. Como no se desprendían del maletín en ningún momento, y hubo mucho viento, sufrí las consecuencias de la arenilla que penetró en la cerradura, como en todo otro resquicio, y me dejaron cicatrices. Fue en mayo del dos mil seis. Después no sé. ¿Alguien sabe en qué fecha estamos?
Llave 4 (antigua):
—Me di cuenta que el ropero de estilo francés, cuyas tres puertas yo custodiaba celosamente era vaciado de los elegantes vestidos y abrigos de Doña Ana, y algunos días después lo sacaron de la casa. Me parece que Don Jerónimo me conservó como un recuerdo pequeño pero muy simbólico.
—Ella había muerto en el mismo dormitorio, mientras dormía. Yo pude ver la dramática escena. Al despertar con las primeras luces del amanecer, ella no respondió al clásico ¡Hola vieja, un buen día más! No hubo respuesta y su cuerpo ya estaba frío, casi como llegamos a estar nosotras. —A este relato le siguió un pesaroso y prolongado silencio.
Al rato, se fueron acercando otras llaves, aportando sus impresiones y recuerdos.
Llave 5
-Te acordás —dirigiéndose a su vecina de llavero, cuando Don Jerónimo, al llegar de la calle, dejaba el llavero en cualquier lugar, displicentemente, y horas después le reclamaba a Ana que lo ayude a encontrarlas. Ella le reprochaba su distracción, refunfuñando, pero una y otra vez lo sacaba del paso.
Llave 6:
—Yo les puedo contar que nosotras quedamos con el recuerdo de cuando despidieron a Ramona, la que los ayudaba en la limpieza, porque desapareció el medallón y los aros de oro y brillantitos guardados en un estuche de terciopelo bordó. Era la herencia de la abuela tana, destinada a Natalia, cuando llegara a la mayoría de edad. Fue una pérdida desgarrante. Ana lloró por el legado y por la rabia de la confianza perdida. Cambiaron todas las cerraduras de la casa, pero nosotras aquí estamos-.
Llave7:
—Yo fui la primera llave colgando de un cordón llevado en el cuello por Pedro, el padre de Natalia. Era el rito de iniciación, le dieron la llave de la casa, una de sus primeras experiencias de autonomía, a los diez años. ¡Saben como me sacudía mostrándole a sus amigos que ya tenía la llave! Trataba de provocar la competencia entre los primeros y los atrasados en este logro. El fue de los ganadores.
Afortunadamente las puertas del armario quedaron entornadas, seguía entrando algo de luz. Don Jerónimo, de vez en cuando, volvía a abrirlo pasando revista a los objetos guardados. Percibió que la bolsa de las llaves tenía sutiles movimientos reptantes. Sospechó algún roedor o insectos. Hombre no aprensivo para estas cosas, vació la bolsa en un fuentón del patio. Sólo encontró las llaves, sueltas unas, en llaveros o cordones otras. Respetuosamente las volvió a su envase y lugar original.
Como los ratones en su cabeza, ellas también saltan, bailan, a veces se asustan, otras se aquietan.
Recuerdos que alegran, recuerdos que duelen. Vuelven al silencio y retorna la calma.

Susana Ragatke. Nació en Entre Ríos. Es escritora y poeta. De profesión médica psiquiátra. Reside en la Ciudad de Buenos Aires.

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